lunes, 6 de octubre de 2008

ALGO DE HISTORIA


El vino, junto con quizás el pan y la miel, es un producto que ha formado parte de la Humanidad desde prácticamente sus orígenes. Ese papel primigenio y esa importancia son argumentos más que suficientes para fomentar un mejor conocimiento del mismo en toda su perspectiva histórica.

Más allá de su simple CATA, como en la actualidad parecen propugnar los más “modernos y novedosos entendidos”, el vino debe comprenderse en su máxima amplitud, a partir de un legado de siglos y de una honda tradición. Sólo así puede hablarse de una verdadera “cultura del vino”, concepto, a mi entender, todavía poco explorado y, por ello, tantas veces mal utilizado.

La Humanidad, sobre todo en el área del Mediterráneo y de Mesopotamia, en lo que hoy conocemos como Oriente Próximo, ha consumido vino desde que ésta tiene conciencia de sí misma y se ha organizado civilizadamente, en sociedad.

El vino, en esa presencia ininterrumpida de más de dos milenios, ha demostrado ser más que un producto alcohólico, más que un remedio negativo para la embriaguez. Por citar algunos usos, ya desde tiempos anteriores a los romanos múltiples pueblos lo convirtieron en centro de su cultura, íntimamente ligado a lo divino. Aún hoy es un símbolo sagrado en religiones como la cristiana, donde los fieles lo identifican de manera ritual con LA SANGRE DE JESUCRISTO –otra cosa es que, bajo una doble moral, consideren incluso pecado su consumo en las tabernas-.

Estos sencillos ejemplos son sólo un pequeño botón de muestra de lo que pretenden las presentes líneas: aportar un enfoque distinto al lector y propiciar con él un debate más sincero, profundo y cercano sobre el vino. Quieren, sencillamente, demostrar el sentido real de lo que es y de lo que ha sido en nuestra existencia este preciado elemento.

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